El niño perdido es una joya literaria que no lo es por su supuesta perfección, sino porque consigue
atrapar, con un lirismo descriptivo de percepciones, el espacio de una
ausencia, hacer del recuerdo un mecanismo de pervivencia del hermano
muerto.
El niño perdido se centra en la
reproducción "verídica" de Grover, hermano del novelista que murió de
tifus a los doce años. Con cuatro breves pinceladas de la memoria,
perfila el carácter del chico, la irrupción de la enfermedad, el impacto de su muerte en el escritor, en la madre, en una
hermana, y de nuevo en el escritor, cuarenta años después, en una visita
a la casa de Saint Louis que la familia había alquilado para utilizar
de hostal en la Exposición Universal. Cuatro magníficas descripciones que actualizan el dolor de la pérdida: "Me detuve un
instante, mirando hacia atrás, como si la calle fuera el Tiempo". Es
asombrosa la agitada precisión de Wolfe para generar el espacio, la
calidez con que su prosa contornea los edificios, el modo en que, con un
registro fotográfico y sensorial de la memoria, reproduce el ambiente
provinciano de 1904. El niño perdido es, sin duda, una obra narrativa de prodigiosa exactitud emocional.
Muy recomendable